
El monstruo de oriente
De un día para otro las reglas del juego se modificaron. El saludo fraternal que tanto nos caracterizaba fue la primera víctima de este cambio. Nosotros, inocentes, chocábamos los codos cómo si de un juego se tratara, sin poder imaginar, que al otro lado del mundo, un monstruo sin precedentes estaba dando sus primeros pasos.
Con el correr de los días, nuestros pares se transformaron en enemigos.
Todos y cada uno de ellos eran una amenaza en potencia, y aquellos que todavía buscaban el contacto humano para saludar, comenzaron a percibir la irritabilidad de sus destinatarios.
El espacio personal comenzó a tener un lugar importante en nuestras vidas. Protegerlo de cualquier intruso que osara violarlo, pasó a ser moneda corriente.
La tos se transformó en el primer enemigo tangible de lo que se avecinaba y aquellos desafortunados que la tenían eran prejuzgados por la mirada de los demás.
Las reglas cambiaron, y nosotros con ellas. Mientras que los trovadores contaban historias de cómo el monstruo de Oriente se filtraba en cada recoveco del planeta, el miedo del que tanto nos hablaban comenzaba a percibirse en nuestras vidas.
El mundo se arrodilló ante su paso, rendidos frente al incontrolable poder que poseía.
Como si fuese una plaga del antiguo testamento, nos cambió las reglas y se rió de todos nosotros. Los niños, quienes suponíamos que podrían ser las primeras víctimas, se encontraban exentos de su fatalidad, pero eran instrumentos de sus destrucción. Armas silenciosas, letales e inocentes que utilizaba para sus fines.
El monstruo venía por nuestros mayores, por nuestros débiles, cómo si de una selección natural se tratará.
Frente a su inminente llegada nos encerramos.
Sin protección conocida, recurrimos a lo primitivo. La higiene y el aislamiento fueron las herramienta predilectas para evitar que el monstruos nos utilice como medio de propagación. «Divide y reinaras» un uso alternativa a la famosa frase que nos sirvió de bastión para enfrentar a éste enemigo.
Y así llegamos al día de hoy. Vivimos en una disotopía digna de una historia de ciencia ficción. El hogar es el lugar seguro. Cada travesía al exterior conlleva exponerse al contagio y cómo si fuese el yermo luego de un desastre nuclear, lo enfrentamos preparados con nuestras armas.
Y así, confinados en nuestros refugios, espectadores de un hito en la historia de la humanidad, nos juntamos a la hora acordada a fundirnos en un aplauso comunitario.
Un aplauso tan lleno de significado que pocos se dan cuenta. Ese aplauso dice: «acá estamos» , todos, los que la pelean en las trincheras y lo que lo hacen desde sus hogares.
Un signo, un instrumento de fe, una arenga o como quieran llamarlo, ese es nuestro grito de guerra.
.
Sigamos gritando. Que el monstruo del oriente nos escuche, que sienta que luchando desde nuestras casas, resguardandonos, higienizandonos, esperando y aplaudiendo, aplaudiendo mucho. Que escuche a los Argentinos hacer lo que mejor saben hacer. Gritar juntos.
Si les gustó, compártanlo. Y cuénteme cómo llevan esta situación y qué cambio en sus vidas a partir del COVID-19. Saludos!